Santi y María van al rastro casi todos los domingos, siempre que el ocio nocturno se lo
permite. Entre los puestos de juguetes, buscan aquellos que puedan comprar a buen precio para vender en E-Bay por mucho más, o simplemente buscan aquel muñeco que
siempre quisieron tener de pequeños, y que Papá Noel nunca les trajo.
Al llegar al rastro encontramos una parada que habitualmente no está allí, se trata de
un stand de ‘Ciudadanos’ “¿Y estos qué venderán?”, bromea Santi.
Dejando atrás la política, nos acercamos a un puesto a rebosar de figuras de plástico.
Es uno de los pocos que no se limita a una sábana extendida en el suelo, ya que los
juguetes están en un expositor. Como en un mundo sin clases, se mezclan muñecos
inmóviles que se podían encontrar en cualquier quiosco de barrio por 100 pesetas, y
todo tipo de figuras articuladas que un día llenaron las páginas del catálogo navideño
de algún gran almacén.
Los tenderos saludan a Santi con efusividad. Se nota que se conocen desde hace
mucho. Son dos hombres de unos cuarenta años, que demuestran saber bien lo que
venden: “Esto es un Venom con cuerpo de tía, algo muy raro de ver”, asegura uno de
los vendedores.
Santi regatea como un Maradona de la compraventa. Le aseguran que una figura de
El Rey de las Ratas cuesta ocho euros, y que por ser él se la dejan a cinco. No
conforme con esto, pasará de largo para intentar que más tarde se la dejen por cuatro.
Contagiado por el ambiente, me acerco a un puesto de monedas y billetes esparcidos
en una tela, con la intención de comprar alguna moneda de la Segunda República. “La
semana pasada traje, pero hoy no tengo ninguna”, lamenta el comerciante. “Aquí
cuando preguntas, siempre te dicen que la semana anterior tenían de todo”, apostilla
Santi.
Entre las calles de puesto, tropiezo con un montón de ropa y zapatos amontonados en
el suelo. “No sé cómo hay gente que puede comprar zapatos aquí, es antihigiénico”
denuncia María, sacando a relucir sus conocimientos de enfermería.
Máscaras de gas, retratos de Franco y Primo de Rivera…El rastro es un buen lugar
para encontrar el attrezzo de una película de terror.
En otro puesto encontramos sierras, hachas, martillos…Nunca viene mal tener
herramientas en casa, pero el óxido que las recubre no me acaba de convencer.
LA MECA DEL CINE
Los cinéfilos encuentran un paraíso en el rastro. Una de las paradas solo vende
carteles de películas. También puedes hacerte tu propia filmoteca particular
rebuscando entre los Dvd que se encuentran repartidos entre los diferentes puestos.
Incluso los nostálgicos del VHS (que los hay) pueden descubrir un pedacito de cielo a
escasos metros de Mestalla. Y una cinta de vídeo les puede parecer moderna al lado
de las cámaras Super 8 y las películas en este mismo formato que se venden en el
rastro. Además de versiones recortadas de largometrajes (cada rollo suele durar tres
minutos), se puede conseguir grabaciones caseras de bodas bautizos y comuniones,
según nos cuenta Jerónimo, un coleccionista asiduo a este mercadillo de segunda
mano.
Llegamos a la parada más sospechosa del rastro, una parada en la que se venden
bicicletas. Tal vez algún día encontremos allí una de Valenbisi.
A menudo tenemos la idea de que el rastro es un lugar donde se venden trastos
baratos, sin embargo, uno de los puestos vende baúles de 200 euros, junto a figuras
taladas en madera.
Seguimos recorriendo los puestos hasta que noté que alguien me metió mano.
Cuando comprendí que aquella señora no quería robarme el
corazón sino la cartera, decidí que era el momento de investigar sobre otro clásico de
los domingos:El vermú.
En el rastro, los treintañeros vuelven a ser niños